14 de julio de 2011

LIG - Capítulo 2

Violeta no entendía los nervios de Cuqui, éste solía ser muy tranquilo y paciente pero ese martes de agosto no consiguió darle alcance y acariciarle y de paso cepillarle el pelaje. El animal andaba inquieto y se pasaba el día huyendo de ella y formando y entrenando a su pequeño ejército gatuno para lo que se venía.
Cuqui les maullaba y todos actuaban igual, corrían escaleras arriba y abajo, clavaban por turnos sus uñas en el rascador, mordían sus ratones y juguetes de peluche con agresividad y los lanzaban a varios metros de distancia, saltaban desde el suelo hasta las zonas más altas de los muebles de la casa…, y todo ello a escondidas de la chica que jamás hubiera sospechado lo que estaban planeando. Todos los felinos en sus casas o escondites repetían las mismas acciones; cuando nadie les veía entrenaban duramente para prepararse para la batalla que en breve iba a empezar, ¡que poco esperábamos lo que íbamos a vivir en tan poco tiempo!, no estábamos preparados...
Esa mañana había ido a casa de Violeta porque me había llamado preocupada la noche anterior.
– Toni, necesitaría que si pudieras vinieras a casa cuanto antes, Cuqui y el resto hacen cosas muy extrañas y ya no sé qué hacer – dijo ella.
– No te preocupes guapa, hoy no puedo venir, acabo de llegar a casa y estoy muerto de sueño. He leído tus mensajes y me he quedado perplejo con lo que lo pasa, por lo que he oído en la calle en el resto de casas de la zona todos los gatos actúan igual, sino me hubieras llamado lo hubiera hecho yo para ver si sólo era una casualidad. Mañana temprano vengo a tu casa, desayunamos juntos y observamos a los pequeños a ver qué hacen.
Violeta era mi mejor amiga, pero desde hacía unos meses algo dentro de mí hizo que empezara a sentir algo distinto por ella, efectivamente y como estáis pensando todos, me había enamorado perdidamente de ella, de su mirada, de su ternura, de su forma de ser, de su sonrisa,… no había nada que me la consiguiera sacar de la cabeza. Pero yo no podía contarle todo aquello que me sucedía, ¿y si se lo tomaba a mal y dejaba de hablarme?, ¿y si no sentía lo mismo y la perdía?. No estaba dispuesto a que eso pasara, así que prefería guardarme ese secreto hasta no estar seguro de tener una clara oportunidad y una esperanza de que ella pudiera sentir lo mismo por mí. Estaba dispuesto a dar mi vida por ella y pronto lo iba a poder demostrar, los acontecimientos iban a apresurar el que nuestra historia tuviera un giro inesperado.
Está claro que no me alegro de lo que pasó, tuvimos muchas pérdidas, como en toda batalla que se precie, pero también nos sirvió para unirnos más y que la gente aprendiera a valorar a los demás y a lo que éstos estaban dispuestos a hacer sin pedir nada a cambio, que si confiábamos en el otro podíamos hacer cualquier cosa y podíamos salir victoriosos de aquello que nos propusiéramos.
En fin, como iba diciendo, que me desvío, esa misma mañana fui a verla a su casa, con una buena bandejita llena de cruasanes, con y sin chocolate, de la mejor panadería de la ciudad. Me recibió con un cortísimo pijamita de verano de tirantes, me puse tan nervioso al verla que casi se me cae la bandeja que sostenían mis manos, por suerte no se dio cuenta, – a ver sino que excusa le ponía –. Cuando llegué, ella ya estaba preparando el café, así que toda la casa tenía un suave aroma a despertar; como no esperaba que trajera el desayuno ya tenía el pan de molde a punto para ponerse a preparar unas tostadas, a un lado tenía la mantequilla y al otro la mermelada de cereza que tanto me gustaba y que tan difícil me era encontrar, – la chica estaba en todo, con esos detalles como no iba a enamorarme de ella –. Nos dispusimos a desayunar y uno de sus rebeldes tirantitos rosas se resbaló de su hombro hasta su brazo donde lo dejó hasta que la avisé del hecho, yo mismo se lo hubiera recolocado en su tersa y joven piel y estoy seguro de que no me hubiera puesto ninguna objeción, al fin y al cabo, “éramos amigos y no había segundas intenciones”, pero yo, sin embargo, me hubiera derretido.
Mientras yo iba abriendo las pastas ella iba poniendo el café y recogiendo la leche que había dejado en el fuego para ponerla en la mesa. Desde la puerta uno de sus gatos nos espiaba con descaro, era Michi, el recién llegado; yo pensaba que quizás quería un poco de leche así que me aproximé a él para acercarle un poco en un tazón y salió huyendo como si no me conociera de nada y le diera miedo, corrió a esconderse y decidí no darle más importancia al tema, – es algo normal porque es pequeño – pensé, cuán equivocado estaba al creerlo.
– Toni, ¿hoy quieres azúcar en el café? – dijo Violeta – como sólo te pones algunas veces no sé si sacarlo o no. Bueno, yo lo dejo aquí y tú verás lo que haces con él.
– De acuerdo Violeta, primero lo probaré y luego decido. Pero ahora siéntate, hay algo de lo que tenemos que hablar…

4 comentarios:

  1. Me gusta este camino por el mundo de la prosa, donde creo ue tienes muchas posibilidades, porque haces un relato muy lozano y gráfico. Animo.

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  2. Esto acaba de empezar... a ver si este intento me cunde!

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  3. Anónimo16/7/11

    Claro que te cundirá..y a nosotros los lectores también,sigue escribiendo anda!
    Me gusta....

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  4. Muchas grax C, espero no decepcionaros pues! xD

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